Con motivo de la restauración que el Ayuntamiento realiza sobre la estatua del pintor situada frente al Museo del Prado, repasamos los distintos monumentos que la ciudad de Madrid ha erigido a la figura del artista sevillano
La escultura fue inaugurada por la reina María Cristina en 1899 con motivo del tercer centenario del nacimiento de Velázquez
Aquí coincidieron, en tiempo y espacio, los genios más importantes del Siglo de Oro: Quevedo, Lope de Vega, María de Zayas, Cervantes, Zurbarán o Velázquez fueron vecinos de la villa y corte
01/09/2025. Redacción Cibeles. Diego de Silva y Velázquez (Sevilla, 1599-Madrid, 1660) viajó a Madrid en 1622, un año después del comienzo del reinado de Felipe IV. Se instaló con su familia en el barrio de San Martín, en la Calle Convalecientes, aunque después de su primer viaje de formación a Italia se mudó cerca del Alcázar de Madrid (el actual Palacio Real). La importancia del pintor barroco en la Corte de Felipe IV es innegable: se convirtió en el cronista del reinado de los Austrias y se erigió, por méritos propios, en insigne vecino de Madrid. Más allá del mausoleo a su obra, el Museo del Prado, por el que cada día pasan filas y filas de visitantes que se maravillan con la pulcritud de su técnica frente a Las Meninas o La rendición de Breda, Madrid ha querido rendirle homenaje en varios puntos de la ciudad.
Precisamente, estos días el pintor sevillano vuelve a ser protagonista de la ciudad por la restauración que el Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid está realizando de la estatua situada a las puertas del Prado que, con el propósito de mejorar la conservación de sus tres piezas (escultura de bronce, pedestal de piedra y base de granito), se han centrado en garantizar la durabilidad y la estabilidad del conjunto. respetando al máximo sus materiales originales.
Estas son algunas de las pistas sobre su origen.
En junio de 1899, Madrid celebró tres actos para homenajear los 300 años del nacimiento del pintor. Para algunos resultaron insuficientes, dada la trascendencia del artista: una misa, la inauguración de la estatua frente al Museo del Prado y la apertura de la nueva sala dedicada a su obra en este mismo espacio. Los fastos coincidieron con uno de los peores momentos de la Restauración borbónica, durante la regencia de María Cristina de Habsburgo hasta la mayoría de edad de Alfonso XIII, en 1902. El sistema político ideado por Cánovas del Castillo, basado en la alternancia en el gobierno de partidos liberales y conservadores, despertaba la desconfianza de toda Europa. Se trataba de un método caciquil y manipulado que, si bien dio cierta estabilidad doméstica en un país mayoritariamente agrícola que había perdido el tren de la industrialización, no ayudó a encaminar la política exterior de España, que acababa de perder Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
La misa
El primero de los eventos preparados para conmemorar este tercer centenario tuvo lugar el día 6 de junio de 1899, a las 10 de la mañana, en la Iglesia de las Comendadoras. A la misa por el alma del pintor, sufragada por los caballeros de la Orden Militar de Santiago de la que Velázquez había formado parte, acudió un séquito importante de autoridades y alta sociedad, un número de personas bastante más numeroso que el que pudo acudir esa misma tarde a la inauguración de la escultura, detalle que la prensa no pudo pasar por alto en sus artículos. El obispo de Ciudad Real ofició la ceremonia en la que estuvieron presentes el Nuncio de Su Santidad, los caballeros de Santiago, el ministro de Fomento, Núñez de Arce por la Academia de la Lengua y el duque de Béjar, entre otros.
La sala
A pesar de la convulsión política de aquellos años, los ciudadanos no manifestaban de forma abierta su malestar, así que aquel llamado ‘Desastre del 98’ parecía hacer mella únicamente en la clase intelectual y artística. Fueron los artistas, precisamente, los que, durante la inauguración de la sala dedicada a Velázquez en el Prado, el segundo de los actos de celebración de su tercer centenario, se quejaron de la poca consideración que las autoridades políticas habían tenido con su gremio. Así, La Correspondencia de España, en su crónica del día siguiente a la inauguración de la sala ‘Isabel de Braganza’, bautizada así en honor a la fundadora del Museo, denunciaba el inapreciable papel que se le había dado a los “maestros del arte” para los que, “entre altas jerarquías del Parlamento, el cuerpo diplomático y comitiva real”, apenas «se había reservado una veintena de asientos”.
También resultó muy esmerada la descripción que la prensa hizo sobre la composición del espacio: fueron 41 cuadros los que el gremio de artistas colocó con sumo cuidado en sus paredes siguiendo, «en la medida de los posible, para combinar tamaño y tono de lienzos, el orden cronológico». Tanto fue de exquisito el trabajo de selección que » aquella salita, como una capilla, era un oratorio para acercarse a rendir culto al arte». El retrato del Conde Duque de Olivares, Las Hilanderas, Mercurio y Argos o Las Meninas se disponían en sus paredes, quedando fuera, en la galería principal, todos los retratos ecuestres del maestro.
La estatua
Quizá con el fin de resarcir el desliz, el 14 de junio, minutos antes de las seis de la tarde, la reina y la familia real al completo inauguraban la estatua de Velázquez, emplazada frente a la escalinata del Prado, con una comitiva de artistas mucho más numerosa. El monumento, encargado por el Círculo de Bellas Artes al escultor segoviano Aniceto Marinas, se componía de la figura en bronce del pintor y un pedestal de piedra caliza, labrado por Vicente Lampérez, de 190 centímetros de altura.
Justo frente al monumento, un batallón de línea con banderas y música abrían la velada para hacer los honores a la reina y al joven rey, que vestía uniforme de cadete de Infantería. La entrada quedó adornada «con guirnaldas de laurel, mirtos y rosas con cintas negras, rojas y amarillas».
Entre los pintores de todos los rincones de España que se dieron cita se encontraban también algunos extranjeros, como los franceses Jean Paul Laurens y Carolus Duran, a quienes Francisco Romero Robledo, presidente del Círculo de Bellas Artes y anfitrión del acto, dio la palabra. La Izquierda Dinástica recogía las últimas palabras de su emocionado discurso: «[…] si (Velázquez) fue el pintor de los reyes de España, fue también el rey de los grandes pintores»
Este mismo periódico describía también el recibimiento que el ministro de Fomento, «minutos antes de las seis de la tarde» rendía a la familia real y los duques de Calabria, respaldado también por el anfitrión del acto, el presidente del Círculo de Bellas Artes, Francisco Romero Robledo. Fue este último quién pronunció el discurso inaugural y los mentideros no tardaron en interpretar que esta fuera precisamente la razón de la ausencia del presidente del Gobierno, Francisco Silvela, dada la enemistad manifiesta que le unía a Romero Robledo (ambos se disputaron durante años el control del partido conservador).
El periódico continúa su crónica describiendo el «desfile de artistas, literatos y comisiones extranjeras, que hacían ofrenda floral hasta llenar de coronas el pedestal». Por su parte, los pintores Jean Paul Laurens y Carolus Duran fueron los encargados de tomar la palabra en nombre de los artistas allí emplazados. Algunos medios recogieron las últimas palabras de su emocionado discurso: “Si (Velázquez) fue el pintor de los reyes de España, fue también el rey de los grandes pintores”.
Actualmente, el Ayuntamiento de Madrid lleva a cabo una intervención con el objetivo de devolverle a la pieza, que cumple 126 años de historia, todo su esplendor. La restauración incide en conjunto completo: escultura, pedestal y base.
Más monumentos y… un misterio
Esta escultura ante El Prado, obra de Aniceto Marinas, no es la única que podemos encontrar en las calles de Madrid vinculada a Velázquez. Encontramos otro monumento en la fachada del Museo Arqueológico, construido en 1892 y realizado en mármol por Celestino García Alonso. También existe otra escultura en bronce situada en la intersección de la calle que lleva su nombre con la calle Juan Bravo, realizada por Francisco López Hernández en 1991. En ella se muestra a Velázquez de pie, con los pinceles en la mano, y con una pose muy parecida a su autorretrato de Las Meninas.
Otras dos estatuas, una, a las puertas del Museo Arqueológico y, otra, a caballo, en la Casa de Velázquez de Ciudad Universitaria, se añaden al recorrido de honores que Madrid dedica al maestro. Pero, quizá, el monolito funerario que se encuentra cerca de la Plaza de Oriente -y su misteriosa historia- sea el más interesante.
En la plaza de Ramales se encontraba la iglesia de San Juan Bautista, a pocos metros del desaparecido alcázar, donde el 7 de agosto de 1660 fue enterrado, con el uniforme de la Orden de Santiago, Velázquez. Pocos días después fallecería también su mujer, Paca Pacheco, que fue sepultada junto a él. Pero, a principios del siglo XIX, con la entrada de las tropas napoleónicas en Madrid y el afán reformista de José Bonaparte, la iglesia fue destruida y el rastro de los vestigios de Velázquez y su esposa se perdieron.
En 1960, el Ayuntamiento emplazó un monolito en conmemoración del tercer centenario de su fallecimiento en el mismo lugar en el que se le creía enterrado, aunque varios estudios posteriores con la intención de encontrar estos restos parecieron echar por tierra la posibilidad de que estuviera allí enterrado. A pesar del empeño, y tras varios intentos por parte del consistorio, los restos del autor nunca fueron encontrados.
Realizado por el artista Fernando Chueca, la columna dórica descansa sobre un pedestal rematado por la Cruz de Santiago y, en una de las inscripciones que contiene el monumento, se lee “Murió el pintor don Diego de Silva y Velázquez el 6 de agosto de 1600. Su gloria no fue sepultada con él.”


