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El libro Palacio de Cibeles, antiguo Palacio de Comunicaciones, Madrid 1904–1919, que se presenta el lunes 27 de octubre en CentroCentro, recorre la historia de uno de los grandes iconos arquitectónicos de la capital

Entre sus muros se esconden episodios insólitos, guiños personales de su arquitecto y curiosidades que no todos conocen

La historia del edificio incluye un telegrama de Marconi en su inauguración, un apodo popular y un «estilo sin estilo»

El Palacio de Cibeles —antiguo Palacio de Comunicaciones— guarda más secretos de los que imaginamos: un pasado de atracciones efímeras, símbolos escondidos a simple vista y decisiones arquitectónicas que lo convirtieron en icono.

Muchos de esos detalles se reúnen ahora en la publicación Palacio de Cibeles, antiguo Palacio de Comunicaciones, Madrid 1904–1919, con texto del arquitecto Miguel Lasso de la Vega. El libro está editado en el marco del 150º aniversario de Antonio Palacios con la colaboración de la Dirección General de Patrimonio Cultural y Paisaje Urbano del Ayuntamiento de Madrid. CentroCentro acogerá el lunes 27 de octubre su presentación y las inscripciones se abren mañana a las 10:00 horas.

Entre su piedra blanca y sus vidrieras de hierro se esconden muchos secretos. Estos son solo algunos de ellos:

Donde hoy está el palacio hubo un parque de atracciones
Antes de que el mármol y la piedra blanca dominaran la plaza, el solar del actual Palacio de Cibeles formaba parte de los antiguos Jardines del Buen Retiro. Entonces eran un parque de divertimento público gestionado por una compañía privada. Aquel recinto, muy popular a finales del siglo XIX, ofrecía teatro al aire libre, un coliseo cubierto que a veces funcionaba como circo, columpios, quioscos de música y globos con aeronautas acrobáticos.

Hoy cuesta imaginarlo, pero en el mismo lugar donde se levanta la torre del reloj, hace más de un siglo se instaló una atracción que causó sensación: un tobogán “para adultos”. Se llamaba toboggan, con dos ges, y consistía, según los periódicos, en “abandonarse por un plano inclinado que baja caracoleando desde una regular altura”. Por apenas quince céntimos —el precio de un periódico— los madrileños más atrevidos se lanzaban cuesta abajo entre risas, música de banda y curiosos que se agolpaban para verlos caer. Era una diversión moderna, importada de Canadá y símbolo de una ciudad que empezaba a abrazar la modernidad.

Los palacios que pudieron haber sido y no fueron
Cuando en 1904 se convocó el concurso para construir la nueva sede de Correos y Telégrafos, solo se presentaron tres propuestas. Dos de ellas nunca pasaron del papel, pero permiten imaginar un Madrid distinto.

El proyecto de Felipe Mario López Blanco y el ingeniero Luis Montesino apostó por un diseño influido por la arquitectura ferroviaria, con ecos afrancesados y estructuras metálicas modernas.

El de Jesús Carrasco Muñoz y Joaquín Saldaña optó por una monumentalidad neobarroca, de alzados decorativos y solemnes.

Y luego estaban los más jóvenes, Antonio Palacios y Joaquín Otamendi, que rompieron esquemas con una idea tan funcional como innovadora. La Academia de Bellas Artes calificó su propuesta de “creación genial”, aunque pidió al Ministerio que aumentara el presupuesto si quería verla construida. El resto ya es historia.

Cuando Marconi saludó a Madrid
El 14 de marzo de 1919, Madrid vivió una inauguración que ocupó todas las portadas: el estreno del nuevo Palacio de Comunicaciones. Los reyes Alfonso XIII y Victoria Eugenia, junto a la princesa Beatriz de Gran Bretaña, recorrieron sus galerías entre vítores y ramos de flores que los empleados lanzaban desde las alturas.

Tras un lunch en el despacho del director general, Alfonso XIII tomó un aparato Hughes y envió el primer telegrama oficial del edificio: un mensaje de felicitación a los funcionarios de Correos y Telégrafos de toda España. Minutos después llegó otro telegrama desde Inglaterra: un saludo del ingeniero Guglielmo Marconi, inventor del telégrafo inalámbrico. Así se inauguraba, con un intercambio de mensajes reales, la voz del nuevo Palacio de Cibeles.

El apodo de ‘Nuestra Señora de las Comunicaciones’
La monumentalidad del nuevo edificio impresionó tanto a los madrileños que pronto empezaron a llamarlo, medio en broma y medio en serio, ‘Nuestra Señora de las Comunicaciones’. Su fachada blanca, las torres pentagonales y el cimborrio central con reloj parecían más propios de una catedral que de una sede administrativa.

Ramón Gómez de la Serna lo describió como un espacio entre lo teatral y lo onírico, con “algo de music hall sin música” y la sensación de estar dentro de un barco por sus pasarelas interiores.

La ninfa que custodia la entrada
En la clave del gran arco de acceso al Palacio de Cibeles se esconde una figura mitológica que muchos visitantes pasan por alto. Es una ninfa, modelada a modo de Dafne, que comparte espacio en el tímpano con el escudo de España y el águila bicéfala. La obra es del escultor Ángel García Díaz, colaborador habitual de Palacios y considerado su mejor intérprete plástico.

Los madrileños de la época la apodaron la Rubia: una ninfa de medio cuerpo vegetal que parece surgir de la piedra para recibir a quienes cruzan la puerta. También en la entrada está la cabeza de Hermes, el mensajero de los dioses, que refuerza el símbolo de la comunicación que da sentido a todo el edificio.

Un guiño a Galicia escondido a plena vista
El arquitecto Antonio Palacios, nacido en O Porriño, dejó su firma más íntima en un espacio casi invisible del Palacio de Cibeles. En lugar de colocar el escudo de la Casa de Borbón, situó un blasón de Galicia, con su cáliz y sus siete cruces, como homenaje a su tierra natal.

El gesto pasó inadvertido para muchos —todavía hoy cuesta verlo desde la calle—, pero simboliza la mezcla de orgullo y morriña de un arquitecto que llevó siempre Galicia en sus obras.

Un estilo sin estilo
El Palacio de Cibeles es una rareza arquitectónica: un edificio que parece pertenecer a todos los estilos y a ninguno. Sus más de 12.000 metros cuadrados de superficie impresionan tanto como la mezcla de influencias que lo recorren: ecos del neoplateresco y del primer Renacimiento, guiños al gótico isabelino, al modernismo, a la arquitectura norteamericana o incluso a la secession vienesa.

La calle escondida dentro del Palacio
El Palacio de Cibeles alberga su propia calle interior. El pasaje de Alarcón atraviesa el edificio de lado a lado, uniendo la calle de Alcalá con Montalbán mediante dos arcos carpaneles decorados con escudos. Palacios lo concibió como un puente entre los cuerpos principal y posterior del edificio, con el mismo ancho que una calle madrileña.

Durante décadas fue un espacio lleno de movimiento: allí se organizaban las expediciones del parque móvil de reparto, y el ruido de los motores rompía, por momentos, la calma del palacio. Desde la remodelación de 2007, la Galería de Cristal ocupa el antiguo patio, hoy cubierto por una bóveda que deja pasar la luz natural.

El Palacio de Cibeles sigue revelando nuevas capas de historia más de un siglo después de su inauguración. Desde su pasado como parque de atracciones hasta los guiños personales de su arquitecto, cada rincón cuenta algo del Madrid que se estaba inventando a comienzos del siglo XX.

Presentación del libro «Palacio de Cibeles, antiguo Palacio de Comunicaciones, Madrid 1904–1919»
El próximo lunes 27 de octubre, en CentroCentro, se presentará el libro «Palacio de Cibeles, antiguo Palacio de Comunicaciones, Madrid 1904–1919». Se trata de una invitación a mirar con otros ojos uno de los edificios más reconocibles —y menos conocidos— de la ciudad.

Miguel Lasso de la Vega, autor del libro que se presenta el lunes 27, define su lenguaje como un “estilo sin estilo”, un híbrido que rehúye las etiquetas. Otros críticos lo han descrito como “un gótico sin ojivas”, o incluso han visto anticipaciones del maquinismo y del futurismo. Entre lo clásico y lo moderno, el Palacio de Cibeles es, en realidad, una síntesis de la ambición de Antonio Palacios: crear una obra total, libre y monumental.

Ayuntamiento de Madrid. Nota de prensa